lunes, 10 de septiembre de 2012

El sueño de Esperancita


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En el sueño de Esperancita, su país era bilingüe. Pero bilingüe perfecto, perfecto: todo el mundo hablaba inglés y español (el resto de los dialectos regionales había, simplemente, desaparecido, maldita la falta que hacían).
Como siempre había sucedido, la gente hablaba en casa preferentemente español: el idioma en que soñaba Esperancita era el que se usaba "en las interacciones informales entre familia, amigos y vecinos". Pero, ah, de acuerdo con los estudios de los lingüistas y sus encuestas sociológicas, los jóvenes escolarizados preferían el inglés para "las actividades sociales y lúdicas": ver la tele y el cine, leer, escuchar música... Daba gusto lo bien que entendían los jóvenes las canciones de los Beatles, leían Spiderman en versión original y ya no se subtitulaban las películas. Como el vasco y el catalán, la SGAE había finalmente sucumbido (algo que daba a Esperancita una felicidad especial un poco morbosa, poco importaba que de paso hubieran desparecido todos los escritores, cantantes, cineastas o actores que usaban el español).
Por supuesto, en el sueño de Esperancita el inglés era la lengua de rigor en la escuela, insustituible en la relación entre los profesores y los alumnos. Naturalmente, por fin, no había clases de inglés, sino que las clases, todas las clases, se daban en inglés. El castellano había desaparecido de la vida académica, soñaba, y casi casi se le abrían los ojos de felicidad. No obstante, los análisis estadísticos demostraban que el español se seguía utilizando surrepticiamente en los recreos, a pesar de las recriminaciones y sanciones de los profesores. Éstos, exigentes e insatisfechos, se lamentaban también del poco uso del inglés en los hogares, y recomendaban a los padres que hablaran en inglés con sus hijos. Esperancita estaba feliz: los profesores, por fin, lo habían comprendido todo, estaban poniendo de su parte y cooperaban en el bilingüismo perfecto de sus sueños. Ayudaba mucho traer profesores directamente de los países de habla inglesa, aunque en el camino el paro entre los profesionales españoles se hubiese disparado. Para el alma anglófila de Esperancita era una enorme satisfacción contribuir a paliar el paro en los países anglosajones y, de paso, presumir en España de la cantidad de empleo que genera hablar inglés.
Esperancita no sabía, sin embargo, que su sueño era la realidad de otros: sí, amigos, esta bonita situación que ella soñaba puede encontrarse desarrollada con pelos y señales en un sesudo artículo científico titulado "El inglés y el español en Gibraltar: usos y actitudes entre la población joven" (http://www.um.es/tonosdigital/znum19/secciones/estudios-23-Gibraltar.htm), y cada vez que pongo algo entre comillas es cita literal de ese artículo.
Esperancita no sabe (¿o sí?) que el futuro que sueña es el presente de Gibraltar, el único lugar de la tierra habitado por perfectos bilingües en castellano (de Cádiz) y en inglés. Ni siquiera Puerto Rico se ajusta al sueño de Esperancita tan bien. 
Ese lugar mediterráneo donde juran y perjuran que jamás serán españoles, también es el único lugar de la tierra habitado por ciudadanos británicos donde el inglés no tiene uso mayoritario: en la colonia de Gibraltar, los niños hablan con sus padres, con sus hermanos y juegan con sus amigos en español, pero cuando tienen que hacer cuentas, lo hacen en la lengua de Milton Friedman, que es el idioma en el que han estudiado aritmética, como dios manda. Esa realidad entra por los oídos, no por la vista: en la colonia de Gibraltar todos los carteles y rótulos de los establecimientos públicos o comerciales están en la lengua de Reagan, Thatcher y Bush - pero para que ésa sea también nuestra realidad sólo falta que se rotulen en inglés el Palacio de la Moncloa y el Palacio de la Zarzuela. Las tiendas ya lo han hecho espontáneamente.
Ni siquiera Esperancita parece haberse dado cuenta (¿o sí?) de su enorme perspicacia política: ya que no hay manera de que Gibraltar sea español, ¡viva España gibraltareña!
Si ella se diera cuenta de eso, de que lo que pretende simplemente es que España sea como la colonia de Gibraltar, iniciaría quizá una hermosa cruzada, señalando al Peñón no como una espina clavada en el alma patria, sino como su modelo de futuro más digno y anhelable (todo esto por no mencionar a la innovadora economía financiera de la Roca). A la larga, quizá, vaciado por fin de sentido el pleito entre las dos caras de la Verja, y bilingües perfectos ya a un lado y a otro, la unidad caería como fruto maduro, poco importaría si Gibraltar se hacía español o España entera se siente gibraltareña. Por algo así de hermoso se puede renunciar hasta a la rojigualda.
Aunque no hay por qué suponer que Esperancita no tenga un poquito de patriotismo en el corazón y quizá le dolería sentimentalmente saber que, de acuerdo con los resultados de este estudio, no muy bien redactado, la verdad, "el inglés es valorado como el idioma más importante frente al español, el cual se califica como idioma cuyo futuro en Gibraltar es bastante pesimista." Quizá Esperancita recordase que no se llama Little Hope y derramara alguna lagrimilla. Pero, fuerte como es ella, enseguida se repondría y se iría tan tranquila a hacerse la manicura: a fin de cuentas, a quien el pasado le importa un comino y el presente le parece de saldo, ¿qué le importa el futuro de su futuro?