domingo, 30 de mayo de 2010

Autoagresión, servicio y dos preguntas más


AUTOAGRESIÓN

Uno de los mitos retóricos que nos confunden metódicamente desde el púlpito es la idea de que, cuando se habla de la economía nacional, ‘todos estamos en el mismo barco’. Antes, por lo menos, era bien sabido que no era así, y bastaba mirar a Botín o Florentino Pérez o Amancio Ortega para darse cuenta de que ellos iban en otro yate. Pero quizá nunca ha estado tan claro como ahora, para quien abrigase dudas, que no es así – que, en lo tocante a embarcaciones, esto se parece más bien a las regatas de Oxford contra Cambridge.

Sin andar haciendo mucha sociología, resulta palmario incluso a quien se informa sólo por la tele que los intereses de los llamados inversores (es decir, de todos aquellos que, de un modo u otro poseen ahorros o capitales que les producen réditos o rentas) están directamente enfrentados a los de aquellos que podemos llamar trabajadores (o sea, de los que tienen serios problemas para llegar a fin de mes, si es que acaso llegan), puesto que a cada avance de los beneficios de los ‘mercados financieros’ se produce un retroceso correspondiente e imparable en la capacidad adquisitiva y los derechos del ‘mercado laboral’. Si hay huelgas, no hay inversión; y para que corra el dinero, debe cundir el semi-esclavismo. Cuando unos pierden, otros ganan, y viceversa. Cuanto más fácil le pueden poner a uno en la calle, más sube la bolsa.

Esa fractura social es más compleja de lo que parece, puesto que no pocos de los ciudadanos del hemisferio norte podemos entrar a la vez en ambas categorías, la de rentistas y la de trabajadores. Es mi caso: como tantos otros tengo una más que modesta, humillada cantidad de dinerito en una cuenta de colorines en ‘tu otro banco’ que me ingresa a cambio del depósito 30 ó 40 euros mensuales. Pues bien, la conclusión de semejante contradicción es evidente: a cambio, o como resultado, de la presión ejercida por mi ganancia mensual de 30 euros, que retribuye mi participación en las bolsas dinerarias en nombre de las cuales se le exigen ‘medidas radicales’, el presidente socialista de mi país ha decidido que ‘no había otra solución’ que, en mi condición de funcionario, quitarme en torno a 200 de mis ingresos mensuales.

Sé que soy un privilegiado porque a la mayoría de los que les quitan 200, les quitan 200, mientras que a mí, gracias a mi astuto cálculo o raciocinio económico, sólo me quitan 160 ó 170. Aunque también sé que si nunca me hubiera dedicado a inyectar ahorros en un banco de especuladores financieros (yo y todos los demás), tal vez el poder político no hubiese encontrado argumentos para birlarme los 200 del ala.

Y lo peor es que, en nombre de mis 30 ó 40 euros mensuales, a quienes aspiran a beneficiarse de la generosidad de los ‘creadores de empleo’ les espera, además, una bonita reforma laboral.

SERVICIO

El mejor servicio que el presidente Zapatero podría hacer a la gente en cuyo nombre dice que gobierna, y posiblemente el único servicio ya a estas alturas, consistiría en sentarse delante de las cámaras de televisión, a la hora de máxima audiencia, y hablar claro por una vez. Decirle al público, reunido en casa a la hora de la cena: “Españoles, he aprobado el decretazo a punta de pistola. Los banqueros de FMI, los burócratas de Bruselas, la prensa de la mafia financiera, los empresarios españoles y hasta el presidente del país más poderoso de la Tierra se han puesto de acuerdo para apuntarme a la cabeza y exigirme que lo hiciera.” Zapatero debería tener el coraje de señalar uno por uno a los poderes nacionales y extranjeros que le tienen cogido por la pechera y le obligan a tomar medidas en contra de su voluntad y la de su electorado. Y, después de hacer eso, dimitir fulminantemente por razones obvias: “Yo no soy ya el que manda en el país. Me limito a cumplir órdenes. Y no sólo yo, sino que cualquier otro en mi lugar estaría incapacitado para gobernar el Estado español. La democracia ha muerto y yo no quiero hacerme cómplice de ese asesinato.”

Si Zapatero nos prestase ese servicio, incluso después de habernos birlado la cartera a quienes menos podemos defenderla, pasaría a la historia. Pero no hacerse ilusiones, no da la talla.

Y DOS PREGUNTAS MÁS

Primera: ¿Por qué cuando ETA apunta a la cabeza de alguien y lo chantajea, el PP y las personas decentes salen al grito de “No se negocia con terroristas”, mientras que cuando son “los mercados” los que nos apuntan y chantajean a todos, el PP, el gobernador del Banco de España, los señores de la CEOE y tutti quanti se ponen a gritar “Denles todo lo que exigen”?

Segunda: ¿Dónde está el ejército, nuestro ejército, para protegernos de esos mercenarios financieros que, de acuerdo con todos los titulares de prensa y a juzgar con lo que está sucediendo ya en Grecia, nos atacan?, ¿qué hacen por ahí persiguiendo talibanes?, ¿cómo pueden estar tan despistados, coño?